“Es posible, por cierto, que el terror y la compasión resulten del espectáculo, pero es posible también que deriven de la trabazón misma de los hechos, lo que es preferible de un poeta mejor. Es menester, en efecto, que el argumento esté trabado de tal forma que, aun sin verlos, el que escuche el acaecimiento de los hechos se estremezca y sienta compasión a raíz de los acontecimientos. Esto es lo que experimentaría quien escuchara el argumento del Edipo. En cambio, el procurar estas sensaciones mediante el espectáculo es más ajeno al arte y requiere gastos para la puesta en escena. Y los que pretenden suscitar mediante el espectáculo, no el terror, sino lo portentoso, nada tienen que ver con la tragedia, pues de la tragedia no se debe intentar derivar cualquier tipo de placer, sino el que le es propio” (Aristóteles, Poética, 1453b).
El estagirita suele encauzar sus reflexiones al propósito de llamar las cosas por su nombre, encontrar nombres para las que no lo tienen, ordenar las ideas y evitar así la confusión y ayudarnos a pensar más claramente. Por eso no está de más releerlo y que nos recuerde la diferencia entre arte y espectáculo. Os recuerdo que estamos sumergidos en una sociedad cuyas manifestaciones culturales tienden a aparecer envueltas en una escenografía deslumbrante, y que precisamente esto suele ser síntoma de que debajo del envoltorio no hay nada. Un cine cada vez más banal y vacío de contenido se esconde bajo un manto de efectos especiales. Año dos mil diez, muere en silencio Eric Rohmer mientras triunfa estrepitosamente el cine 3D. Es la cultura del eye candy. Igualmente, el público de los conciertos exige espectáculo, y confunde la música con la puesta en escena. Buscan lo que Aristóteles llama “lo portentoso” (to tepatwdes) y permanecen ciegos y sordos a los goces más sutiles pero más profundos que proporciona la música en sí. Como la contemplación de la belleza, esa categoría que, paradójicamente, es intemporal pero está un poco pasada de moda. ¿Y qué es la belleza? Eso Aristóteles lo tenía clarísimo: “la belleza consiste en la medida y el orden” (Po. 1450b). Ahí queda eso.