domingo, 4 de octubre de 2009

Psicofonías


Hace no muchos años, una de esas macroescuelas de jazz estadounidenses (no sé si era Berklee o la Manhattan School of Music) invitó a Wayne Shorter a dar una conferencia. Imaginaos el aula magna abarrotada de chavales prometedores y competitivos, la flor y nata de la promoción académica, chiquillos cuya experiencia del mundo se reduce a facebook y la cabina de estudio. Todos esperan que el legendario saxofonista les obsequie con una charla paternal, motivadora, un amable sermón que les hable de los valores americanos en el jazz, de la importancia de estudiar la tradición, el bebop, los standards... Pues bien, el maestro sube al estrado y arranca así: “¿Queréis saber qué es para mí tocar jazz?” (silencio expectante) “Para mí tocar jazz es hablar con los muertos”.

 

¿Qué quería decir? Que, efectivamente, los grandes músicos con los que antaño compartió escenario, quienes le iniciaron en el lenguaje del jazz, aquellos maestros irrepetibles... todos han muerto. Miles Davis, Art Blakey, Lee Morgan, Elvin Jones. Que su música es un acto de comunicación, no ya con el público, sino con los espíritus. Esta extravagancia no sorprende tanto al conocedor de la obra de Shorter. Muchos consideramos su disco “Speak No Evil” (grabado en 1964) como su obra maestra, y, como él mismo explica en las liner notes, se trata de una colección programática de composiciones originales (excepto “Dance Cadaverous”, una versión libre del Valse Triste de Sibelius) cuyo hilo conductor es la noche, lo macabro, lo fantasmagórico: “misty landscapes with wild flowers and strange, dimly-seen shapes — the kind of place where folklore and legends are born”, en sus propias palabras. Un tema cuando menos curioso, a primera vista más apropiado para un poeta simbolista francés que para un negro americano de los sesenta, al que se debería suponer más preocupado por el pan-africanismo y los textos de Marcus Garvey. Pero vamos a ir más allá de la anécdota: cuando Shorter identifica su música con un diálogo con los muertos, está siendo absolutamente moderno, porque nuestra época es la época de las fantasmagorías. En efecto, la modernidad consiste en que los espectros conviven con nosotros, y lo tenemos tan asimilado que no nos damos ni cuenta.

 

Me explico: en torno al 1900 la burguesía europea barruntaba esta “era de los fantasmas” que se nos venía encima. Los estratos acomodados de la sociedad se interesaban apasionadamente por novedades tales como el espiritismo, los trances y las sesiones con médium. En novelas tan realistas y respetables como La montaña mágica de Thomas Mann (1924), es perfectamente coherente con el espíritu de la época que se aparezca el espectro de Joachim Ziemssen durante el transcurso de una sesión de espiritismo. Pero ahora nos hemos acostumbrado y estas cosas no nos sorprenden en absoluto: ha sido la tecnología, y no la ouija, la responsable de normalizar nuestra convivencia con los fantasmas. Por ejemplo, sin ir más lejos, hace un rato se me apareció en la televisión el señor Félix Rodríguez de la Fuente. A todo color, y hablando. Y todos sabéis que Félix Rodríguez de la Fuente murió en un accidente aéreo en 1980. Y eso no es lo más terrorífico: cualquier película anterior a 1940 está interpretada por un elenco de actores que hoy están, casi con absoluta seguridad, muertos. Todos. Sin embargo, ahí les tienes, haciendo lo mismo que llevan haciendo setenta años. Igual que se dice que hacían los espíritus: a) La proyección espectral de Herne el Cazador cabalga cada medianoche por el bosque de Windsor haciendo sonar sus cadenas; b) La proyección espectral de Kim Novak se precipita desde lo alto de un campanario cada vez que alguien proyecta Vértigo de Hitchcock. Esto nos lleva a concluir que, pasada una cierta cantidad de años desde el día de su estreno, toda película se acaba convirtiendo en una película de muertos vivientes. Sic transit gloria mundi. ¡Qué lucidez la de Spielberg como guionista de Poltergeist! ¿De dónde salen los espectros? ¡De la televisión! ¡Pues claro! ¡Es de ahí de donde salen todo el tiempo! Ángel González García, en su ensayo “Distracciones fúnebres” (publicado en Arte y Terror, Mudito & Co. 2008), recorre la historia técnica de la proyección de fantasmagorías: la linterna mágica, el fantascopio, el megascopio, el cinematógrafo, la televisión. “Quienes se quejan de que echen por la tele tantas escenas de muerte o destrucción deberían considerar que tal vez fuera inventada con ese lúgubre propósito, que ciertamente se vuelve grotesco al sucederse otras escenas en las que los joviales fantasmas pugnan por acertar el título de una canción y ganar un televisor donde podrán ver a otros muy parecidos” (ibíd., p. 38).

 

Por eso, cada vez que escuchamos un disco de John Coltrane, de Kurt Cobain, de Johnny Cash, de Pau Casals o de cualquier otro difunto, un escalofrío nos debería recorrer la espalda, porque lo que estamos escuchando son psicofonías. Una sombra, la sombra del sonido o de la voz de un muerto, que quedó registrada en vida merced a la tecnología del estudio de grabación. Pero estamos tan acostumbrados a este prodigio que les perdemos el respeto a los difuntos... ponemos a El Fary o a Lola Flores mientras tendemos la ropa, nos ponemos a Michael Jackson en el iPod para ir a hacer jogging... mi amigo Aleix llegó al extremo de poner a Camarón como tono de llamada en el móvil. “Volando voy...” ¡Sí, volando, como las ánimas en la Noche de Walpurgis! Ya nadie se sorprende por estas cosas; de hecho, la tendencia es usar este material ectoplásmico a nuestro antojo, como un bien de consumo. Involucramos a los muertos en nuestro mundo como si fueran papel pintado. Rubén “Watch TV” García no tiene ningún problema en usar en sus conciertos un sample de Bessie Smith (muerta en 1937), ¡e incluso hacerle una segunda voz en directo! Ed Wood fue un pionero de todo esto. Mr. Wood quiso que Bela Lugosi fuera el protagonista de su cinta Plan 9 from Outer Space (considerada “la peor película de todos los tiempos”, respecto a lo cual no puedo estar más en desacuerdo), y lo consiguió, pese a que Bela Lugosi murió antes de empezar el rodaje. A tal fin, Ed Wood combinó fragmentos de metraje que había rodado previamente, en vida del actor (aunque originariamente no tenían nada que ver con la trama de la película), con la actuación de un quiromasajista que guardaba un extraordinario parecido con Lugosi.

 

Todo este toma y daca de vivos y muertos acaba por generar una atmósfera de relatividad cronológica, de atemporalidad. Cualquier grabación, ya sea de audio o de vídeo, es la huella de un pasado irrecuperable e irrepetible: algo que in illo tempore fue interpretado y quedó registrado por obra y gracia de la tecnología. Somos conscientes de que el curso de nuestras vidas es un proceso lineal de metamorfosis: cada día, cada minuto que pasa, aprendemos, olvidamos, nos ilusionamos, nos desengañamos. Envejecemos. La oruga se vuelve mariposa, la mariposa se vuelve oruga; muchos pasan por este mundo sin salir de la crisálida. La muerte no es algo que nos acontecerá de golpe en un futuro, sino que día a día, silenciosamente, vamos muriendo. En su mítico telar, las parcas van haciendo su trabajo, devanando el hilo de nuestra vida... ¿qué harán luego con él? ¿Un jersecito? ¿Una bufanda para Caronte? Para Quevedo cada cumpleaños era un funeral... ¿No habéis tenido nunca una cierta sensación de alienación al mirar una foto vuestra de hace años? A veces experimentamos ternura, simpatía; a veces pensamos “¡pobre incauto! Si tú supieras...”, pero siempre sentimos la presencia de un abismo entre nuestra mirada y la mirada congelada del tipo de la foto. De modo que cuando escuchamos nuestra voz grabada, es también nuestro propio fantasma, la proyección psíquica de quien una vez fuimos, quien nos está hablando. Vivimos en un mundo en el que nuestro propio pasado se materializa a nuestra merced; tenemos los discos duros rebosantes de ectoplasma, en formato .jpg, .mpeg, .wav o mp3. Nuestro momento presente se interconecta con el pretérito a través de mil canales, y así se teje un inmenso trampantojo temporal en el que necesitamos una visión cada vez más perspicaz para distinguir los vivos de los muertos. Viene bien ir de vez en cuando al teatro o a un concierto, para experimentar de primera mano lo realmente simultáneo, y no alimentarnos exclusivamente de productos congelados, como el cine o los discos. Decía Walter Benjamin que la reproducción mecánica de la obra de arte redunda en la pérdida del aura, lo que viene a ser su "alma"... ¿no sería al revés? ¿No sería la obra registrada, industrialmente multiplicada y privada de su contexto original, una especie de “alma en pena”?

 

Cuanto más conscientes seamos de esta ubicuidad cronológica, de estos “agujeros de gusano” que nos trasladan en el tiempo, mejor conoceremos las herramientas que hoy nos brinda el arte. Bienvenidos sean los espíritus.

 

“Car dans ce monde léthargique

Toujours en proie au vieux remords

Le seul rire encore logique

Est celui des têtes de morts”.

(“Pues en este mundo letárgico, / siempre presa de antiguos remordimientos, / la única risa aún lógica / es la de las calaveras”)

 

Paul Verlaine

6 comentarios:

  1. Ahora es cuando me arrepiento de haberte dejado El retrato de Dorian Gray...

    ResponderEliminar
  2. Bueno... ¡Bienaventurados los difuntos que se han podido permitir dejar un alma de peso! Lástima que, mientras miles de espectros venerables se olvidan en la noche de los tiempos, los zombies más manidos son obligados a resucitar una y otra vez por editoriales, distribuidoras, discográficas y demás pirañas. Podían dejarlos descansar en paz. Esto me recuerda aquel tema de los Smiths (Paint a Vulgar Picture, 1987) "At the record company party
    on their hands - a dead star
    the sycophantic slags all say:
    'I knew him first, and I knew him well'
    Re-issue! Re-package! Re-package!, etc."
    Vamos, que hasta los fantasmas nos vienen impuestos.

    ResponderEliminar
  3. Eh! ¿No sería esta entrada tan fúnebre la "opus postuma"? ¡Queremos más! A ver si te animas de aquí al domingo de resurrección.

    ResponderEliminar
  4. Psssssstttt... toc, toc, toc... ¡Aaaaaaleeeeexxxxxxxxx! Queremos más entradas en el blog, queremos más reflexiones de Malditos músicos.
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  5. HE DICHO QUE QUIERO MÁAAAAAAAAAS.
    ¡CAGÜEN SORIA!
    FDO. EL OGROÑO
    PS. QUE QUIERO MÁS, COÑO

    ResponderEliminar
  6. Para futuras reflexiones te transcribo una pequeña perogrullada no obstante inteligente firmada por el sello "Some Bizarre" sobre la difusión de la música que aparece al pie de la carpeta interna de un vinilo de época un tanto maldito (The Art of Falling Apart, by Soft Cell, 1983): "There is no musical barrier of peoples acceptance. The only musical barrier is the media (Music Press, Radio and Television). Remember what people cannot see or hear they cannot think about"

    ResponderEliminar